EMBESTIDA SOBERANISTA, DIÁLOGOS Y MEDIACIONES IMPROCEDENTES.
Por Antonio José Parafita Fraga, escritor y
comentarista de temas sociales políticos.
10.10.2017
Las campanas del
fracaso anuncian el final de una falaz patraña, impulsada por radicales
secesionistas de la comunidad autónoma catalana. Como consecuencia del frustrante fiasco de
este descabellado, antidemocrático e ilegal proceso independentista, promovido aviesa y
torticeramente por unos políticos alucinados, chantajistas, mentirosos y
fabricadores de vacuas ilusiones y embustes varios, orientados a propalar una
imagen antipática de España, con la torticera finalidad de desprestigiarla y también
con el claro propósito de eludir determinadas responsabilidades que pudieran
derivarse tanto de los supuestos delitos de corrupción como de los de la
fraudulenta gestión que llevaron a cabo los últimos gobiernos de la Generalidad
de Cataluña, se puede vislumbrar en el horizonte social y político de
España una especie de narcolepsia ideológica, al
menos temporal, de los fervores del nacionalismo radical.
Ahora bien, aun cuando los nacionalismos estuvieron presentes y actuantes en Europa desde finales del siglo XVIII, conviene señalar que no siempre fueron concebidos como movimientos sociales y políticos sino que también lo fueron como sentimientos patrióticos, pero, en ambos casos, han constituido un problema para la convivencia pacífica entre los ciudadanos de muchos países del Viejo Continente. Es de esperar que, tras la decepción sufrida, se apacigüe y atempere un poco el ánimo de los nacionalistas antisistema de nuevo cuño.
Pero en Cataluña, por ejemplo, el sentimiento nacionalista ha ido reforzándose con el paso del tiempo y organizándose como movimiento social y político, hasta cristalizar en la exacerbación del actual nacionalismo separatista, causa y origen de la embestida soberanista que pone en riesgo tanto la unidad territorial de España como la pacífica e interactiva convivencia entre los ciudadanos catalanes y los del resto de comunidades autónomas del estado. Es un hecho constatable y, por ende, incontestable que del nacionalismo moderado se pasó, en relativamente poco tiempo, a su versión más radical y extremista. El autor de este comentario quiere poner de relieve ante los lectores que cada día se descubren actitudes y conductas independentistas más surrealistas y abyectas. Y, hasta tal punto esto es así, que existen tramas sociopolíticas organizadas para agitar los sentimientos independentistas en los diversos foros y ámbitos de la sociedad.
En cualquier caso, no debiera olvidarse que el nacionalismo por su propia definición y naturaleza es beligerante, reivindicativo, sectario, perverso en su discurso y totalitario en los métodos y medios utilizados para lograr sus objetivos, debiendo señalar que, en ocasiones, puede llegar a ser muy problemático y dañino no sólo para la buena convivencia ciudadana sino también para el logro de su bienestar. Pero la bajeza moral de los separatistas en general tuvo y tiene como exponente máximo la manipulación y el engaño de las personas social y culturalmente débiles, a saber, con bajo perfil cultural y escasos recursos económicos, hecho que puede ser calificado como puro totalitarismo nazista.
A la hora de enjuiciar los quiméricos desafíos independentistas, debe de tenerse en cuenta que la ciudadanía, sea en el caso de Cataluña o en otros, no necesita la secesión, pero, en cambio, sí los corruptos. Centrándose en el candente tema del conflicto catalán, el autor de este análisis entiende que, al final de esta confrontación con cierto trasfondo belicoso, tiene que haber perdedores y ganadores, pues sería inconcebible, penoso y lamentable que el Estado de Derecho perdiera el pulso planteado por los separatistas catalanes a la propia Jefatura de la Nación y a los españoles.
Tampoco puede haber diálogos ni negociaciones que no pasen por el cumplimiento de la legalidad vigente, razón que lleva a concluir que, para la solución de este conflicto, no pueden el Gobierno y los partidos políticos constitucionalistas ampararse en una política de cesiones y concesiones. Seguir esta vía, supondría sentar un nefasto precedente en España, que, en el futuro, afectaría a la estabilidad de las instituciones del Estado y no contribuiría en absoluto al fortalecimiento de la democracia, ya bastante debilitada, ni a la libertad individual y social de las personas.
Por lo demás, a estas alturas, y con las posiciones radicalizadas de los soberanistas, cualquier intento de diálogo resultaría estéril, como también lo son las expectativas de que culmine con “éxito” este quimérico y desafiante sueño independentista. Por lo demás, esta pretensión rupturista de los independentistas es una pantomima montada sobre bases ilegales, carente de rigor histórico y contraria al sentido común y a la racionalidad. Pero partiendo de la hipótesis de que toda esta bananera farsa separatista vaya a ser desmontada por el imperio de la ley, es incuestionable que quedarán los rescoldos de los odios sembrados por las mentiras de los independentistas y, a mayor abundamiento del despropósito, una honda fractura social y también la preocupante división entre los ciudadanos de Cataluña y España. De suerte que, en adelante, lo difícil será restañar las heridas abiertas por los odios sembrados, recomponer la fractura social y restablecer la confianza entre unos y otros. Y, por otra parte, cabe preguntarse cuál será la decisión que tomen los fiscales y jueces en relación a los supuestos delitos de desobediencia, desacato, malversación de fondos públicos, prevaricación y también con respecto al de rebelión de los sediciosos.
Cierto es que las causas de estas derivas sociales y políticas fueron multifactoriales, pero deben de ser señaladas y remarcadas especialmente aquellas que más detesta la sociedad, como son, entre otras, la ausencia de auténticos líderes políticos y sociales, dentro y fuera de España, como de igual modo la de hombres de Estado, como en tiempos pretéritos. Pero, sobre todo, la cobardía de la mayoría de los dirigentes sociales, políticos institucionales. De ahí que se puede afirmar sin rodeos que muchos ciudadanos desaprueban las manifestaciones tibias y ambiguas de los personajes públicos que representan a prestigiosas e influyentes instituciones.
A día de hoy, se echan en falta estadistas de la talla sociopolítica y autoridad moral, como la que tenían Adolfo Suárez González, Manuel Fraga Iribarne, Felipe González Márquez, Santiago Carrillo Solares, Nicolás Redondo Urbieta, Marcelino Camacho Abad. Y al respecto, en opinión de este comentarista, sólo Mariano Rajoy Brey está teniendo una actitud política de hombre de estado, secundado por el Albert Rivera Díaz, presidente del partido Ciudadanos. Los demás dirigentes políticos españoles, distan mucho de estar a la altura de las circunstancias sociales y políticas del dramático momento actual.
Ahora bien, aun cuando los nacionalismos estuvieron presentes y actuantes en Europa desde finales del siglo XVIII, conviene señalar que no siempre fueron concebidos como movimientos sociales y políticos sino que también lo fueron como sentimientos patrióticos, pero, en ambos casos, han constituido un problema para la convivencia pacífica entre los ciudadanos de muchos países del Viejo Continente. Es de esperar que, tras la decepción sufrida, se apacigüe y atempere un poco el ánimo de los nacionalistas antisistema de nuevo cuño.
Pero en Cataluña, por ejemplo, el sentimiento nacionalista ha ido reforzándose con el paso del tiempo y organizándose como movimiento social y político, hasta cristalizar en la exacerbación del actual nacionalismo separatista, causa y origen de la embestida soberanista que pone en riesgo tanto la unidad territorial de España como la pacífica e interactiva convivencia entre los ciudadanos catalanes y los del resto de comunidades autónomas del estado. Es un hecho constatable y, por ende, incontestable que del nacionalismo moderado se pasó, en relativamente poco tiempo, a su versión más radical y extremista. El autor de este comentario quiere poner de relieve ante los lectores que cada día se descubren actitudes y conductas independentistas más surrealistas y abyectas. Y, hasta tal punto esto es así, que existen tramas sociopolíticas organizadas para agitar los sentimientos independentistas en los diversos foros y ámbitos de la sociedad.
En cualquier caso, no debiera olvidarse que el nacionalismo por su propia definición y naturaleza es beligerante, reivindicativo, sectario, perverso en su discurso y totalitario en los métodos y medios utilizados para lograr sus objetivos, debiendo señalar que, en ocasiones, puede llegar a ser muy problemático y dañino no sólo para la buena convivencia ciudadana sino también para el logro de su bienestar. Pero la bajeza moral de los separatistas en general tuvo y tiene como exponente máximo la manipulación y el engaño de las personas social y culturalmente débiles, a saber, con bajo perfil cultural y escasos recursos económicos, hecho que puede ser calificado como puro totalitarismo nazista.
A la hora de enjuiciar los quiméricos desafíos independentistas, debe de tenerse en cuenta que la ciudadanía, sea en el caso de Cataluña o en otros, no necesita la secesión, pero, en cambio, sí los corruptos. Centrándose en el candente tema del conflicto catalán, el autor de este análisis entiende que, al final de esta confrontación con cierto trasfondo belicoso, tiene que haber perdedores y ganadores, pues sería inconcebible, penoso y lamentable que el Estado de Derecho perdiera el pulso planteado por los separatistas catalanes a la propia Jefatura de la Nación y a los españoles.
Tampoco puede haber diálogos ni negociaciones que no pasen por el cumplimiento de la legalidad vigente, razón que lleva a concluir que, para la solución de este conflicto, no pueden el Gobierno y los partidos políticos constitucionalistas ampararse en una política de cesiones y concesiones. Seguir esta vía, supondría sentar un nefasto precedente en España, que, en el futuro, afectaría a la estabilidad de las instituciones del Estado y no contribuiría en absoluto al fortalecimiento de la democracia, ya bastante debilitada, ni a la libertad individual y social de las personas.
Por lo demás, a estas alturas, y con las posiciones radicalizadas de los soberanistas, cualquier intento de diálogo resultaría estéril, como también lo son las expectativas de que culmine con “éxito” este quimérico y desafiante sueño independentista. Por lo demás, esta pretensión rupturista de los independentistas es una pantomima montada sobre bases ilegales, carente de rigor histórico y contraria al sentido común y a la racionalidad. Pero partiendo de la hipótesis de que toda esta bananera farsa separatista vaya a ser desmontada por el imperio de la ley, es incuestionable que quedarán los rescoldos de los odios sembrados por las mentiras de los independentistas y, a mayor abundamiento del despropósito, una honda fractura social y también la preocupante división entre los ciudadanos de Cataluña y España. De suerte que, en adelante, lo difícil será restañar las heridas abiertas por los odios sembrados, recomponer la fractura social y restablecer la confianza entre unos y otros. Y, por otra parte, cabe preguntarse cuál será la decisión que tomen los fiscales y jueces en relación a los supuestos delitos de desobediencia, desacato, malversación de fondos públicos, prevaricación y también con respecto al de rebelión de los sediciosos.
Cierto es que las causas de estas derivas sociales y políticas fueron multifactoriales, pero deben de ser señaladas y remarcadas especialmente aquellas que más detesta la sociedad, como son, entre otras, la ausencia de auténticos líderes políticos y sociales, dentro y fuera de España, como de igual modo la de hombres de Estado, como en tiempos pretéritos. Pero, sobre todo, la cobardía de la mayoría de los dirigentes sociales, políticos institucionales. De ahí que se puede afirmar sin rodeos que muchos ciudadanos desaprueban las manifestaciones tibias y ambiguas de los personajes públicos que representan a prestigiosas e influyentes instituciones.
A día de hoy, se echan en falta estadistas de la talla sociopolítica y autoridad moral, como la que tenían Adolfo Suárez González, Manuel Fraga Iribarne, Felipe González Márquez, Santiago Carrillo Solares, Nicolás Redondo Urbieta, Marcelino Camacho Abad. Y al respecto, en opinión de este comentarista, sólo Mariano Rajoy Brey está teniendo una actitud política de hombre de estado, secundado por el Albert Rivera Díaz, presidente del partido Ciudadanos. Los demás dirigentes políticos españoles, distan mucho de estar a la altura de las circunstancias sociales y políticas del dramático momento actual.
Por Antonio José Parafita Fraga, escritor y comentarista de temas sociales
y políticos.
Del Blog VERBO SUELTO del
autor, cuyo enlace es verbosuelto.blogspot.com
ticeramente por unos políticos alucinados, chantajistas, mentirosos y fabricadores de vacuas ilusiones y embu stes varios, orientados a propalar una imagen antipática de España, con la torticera finalidad de desprestigiarla y también con el claro propósito de eludir determinadas responsabilidades que pudieran derivarse tanto de los supuestos delitos de corrupción como de los de la fraudulenta gestión que llevaron a cabo los últimos gobiernos de la Generalidad de Cataluña, se puede vislumbrar en el horizonte social y político de España una especie de narcolepsia ideológica, al menos temporal, de los fervores del nacionalismo radical.
Ahora bien, aun cuando los nacionalismos estuvieron presentes y actuantes en Europa desde finales del siglo XVIII, conviene señalar que no siempre fueron concebidos como movimientos sociales y políticos sino que también lo fueron como sentimientos patrióticos, pero, en ambos casos, han constituido un problema para la convivencia pacífica entre los ciudadanos de muchos países del Viejo Continente. Es de esperar que, tras la decepción sufrida, se apacigüe y atempere un poco el ánimo de los nacionalistas antisistema de nuevo cuño.
Pero en Cataluña, por ejemplo, el sentimiento nacionalista ha ido reforzándose con el paso del tiempo y organizándose como movimiento social y político, hasta cristalizar en la exacerbación del actual nacionalismo separatista, causa y origen de la embestida soberanista que pone en riesgo tanto la unidad territorial de España como la pacífica e interactiva convivencia entre los ciudadanos catalanes y los del resto de comunidades autónomas del estado. Es un hecho constatable y, por ende, incontestable que del nacionalismo moderado se pasó, en relativamente poco tiempo, a su versión más radical y extremista. El autor de este comentario quiere poner de relieve ante los lectores que cada día se descubren actitudes y conductas independentistas más surrealistas y abyectas. Y, hasta tal punto esto es así, que existen tramas sociopolíticas organizadas para agitar los sentimientos independentistas en los diversos foros y ámbitos de la sociedad.
En cualquier caso, no debiera olvidarse que el nacionalismo por su propia definición y naturaleza es beligerante, reivindicativo, sectario, perverso en su discurso y totalitario en los métodos y medios utilizados para lograr sus objetivos, debiendo señalar que, en ocasiones, puede llegar a ser muy problemático y dañino no sólo para la buena convivencia ciudadana sino también para el logro de su bienestar. Pero la bajeza moral de los separatistas en general tuvo y tiene como exponente máximo la manipulación y el engaño de las personas social y culturalmente débiles, a saber, con bajo perfil cultural y escasos recursos económicos, hecho que puede ser calificado como puro totalitarismo nazista.
A la hora de enjuiciar los quiméricos desafíos independentistas, debe de tenerse en cuenta que la ciudadanía, sea en el caso de Cataluña o en otros, no necesita la secesión, pero, en cambio, sí los corruptos. Centrándose en el candente tema del conflicto catalán, el autor de este análisis entiende que, al final de esta confrontación con cierto trasfondo belicoso, tiene que haber perdedores y ganadores, pues sería inconcebible, penoso y lamentable que el Estado de Derecho perdiera el pulso planteado por los separatistas catalanes a la propia Jefatura de la Nación y a los españoles. Tampoco puede haber diálogos ni negociaciones que no pasen por el cumplimiento de la legalidad vigente, razón que lleva a concluir que, para la solución de este conflicto, no pueden el Gobierno y los partidos políticos constitucionalistas ampararse en una política de cesiones y concesiones. Seguir esta vía, supondría sentar un nefasto precedente en España, que, en el futuro, afectaría a la estabilidad de las instituciones del Estado y no contribuiría en absoluto al fortalecimiento de la democracia, ya bastante debilitada, ni a la libertad individual y social de las personas.
Por lo demás, a estas alturas, y con las posiciones radicalizadas de los soberanistas, cualquier intento de diálogo resultaría estéril, como también lo son las expectativas de que culmine con “éxito” este quimérico y desafiante sueño independentista. Por lo demás, esta pretensión rupturista de los independentistas es una pantomima montada sobre bases ilegales, carente de rigor histórico y contraria al sentido común y a la racionalidad. Pero partiendo de la hipótesis de que toda esta bananera farsa separatista vaya a ser desmontada por el imperio de la ley, es incuestionable que quedarán los rescoldos de los odios sembrados por las mentiras de los independentistas y, a mayor abundamiento del despropósito, una honda fractura social y también la preocupante división entre los ciudadanos de Cataluña y España. De suerte que, en adelante, lo difícil será restañar las heridas abiertas por los odios sembrados, recomponer la fractura social y restablecer la confianza entre unos y otros. Y, por otra parte, cabe preguntarse cuál será la decisión que tomen los fiscales y jueces en relación a los supuestos delitos de desobediencia, desacato, malversación de fondos públicos, prevaricación y también con respecto al de rebelión de los sediciosos.
Cierto es que las causas de estas derivas sociales y políticas fueron multifactoriales, pero deben de ser señaladas y remarcadas especialmente aquellas que más detesta la sociedad, como son, entre otras, la ausencia de auténticos líderes políticos y sociales, dentro y fuera de España, como de igual modo la de hombres de Estado, como en tiempos pretéritos. Pero, sobre todo, la cobardía de la mayoría de los dirigentes sociales, políticos institucionales. De ahí que muchos ciudadanos desaprueban las manifestaciones tibias y ambiguas de los personajes públicos que representan a prestigiosas e influyentes instituciones. A día de hoy, se echan en falta estadistas de la talla sociopolítica y autoridad moral, como la que tenían Adolfo Suárez González, Manuel Fraga Iribarne, Felipe González Márquez, Santiago Carrillo Solares, Nicolás Redondo Urbieta, Marcelino Camacho Abad. Y al respecto, en opinión de este comentarista, sólo Mariano Rajoy Brey está teniendo una actitud política de hombre de estado, secundado por el Albert Rivera Díaz, presidente del partido Ciudadanos. Los demás dirigentes políticos españoles, distan mucho de estar a la altura de las circunstancias sociales y políticas del dramático momento actual.
Por Antonio José Parafita Fraga, escritor y comentarista de temas sociales y políticos.
Del Blog VERBO SUELTO del autor, cuyo enlace es verbosuelto.blogspot.com
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