PRIMERA PARTE.
CONSIDERACIONES GENERALES.
Por Antonio
José Parafita Fraga, escritor y comentarista de temas sociales y políticos.
Del Blog VERBO SUELTO del autor.
La crisis generalizada del sistema político al que pretendidamente se hace alusión en el título de este artículo, abarca tanto las democracias de corte liberal como las de inspiración marxista. Vaya por delante que este trabajo de reflexión y análisis, responde primordialmente al deseo de ponerle voz a lo que percibe, piensa y siente el hombre de la calle, perteneciente a distintos estratos sociales de esta parte del planeta. Se procura, a través del mismo, aproximarse a una lacerante y sombría realidad, así como dar forma, con la mayor objetividad posible, a las opiniones e inquietudes de un número indeterminado de personas que viven angustiadas por la inestabilidad política, social y económica. Hecho, por lo demás, atosigante porque condiciona y merma sobremanera su calidad de vida. En consecuencia, no se trata de fustigar sin más a los políticos ni de arremeter sañudamente contra cuantos ejercen con honestidad este noble arte. En absoluto, sólo se busca reseñar con sentido crítico un panorama realmente desolador al margen de puntos de vista catastrofistas y apocalípticos.
Ahora
bien, que el mundo occidental está inmerso en un proceso de descomposición de
los sistemas sociales, políticos y económicos es una realidad incontestable,
como también lo es el que los ciudadanos están siendo protagonistas pasivos de
la destrucción de su propio bienestar individual, familiar y social, al tiempo
que contemplan de manera imperturbable cómo se desbaratan las sólidas
estructuras que venían conformando los Estados de Bienestar en los distintos
países de este ámbito geográfico del planeta. Esta incapacidad socio/anímica de
reacción por parte de la sociedad y su inhibición de las implicaciones y
compromisos cívicos y sociales deviene en claro indicio de un alarmante adormecimiento
democrático, así como en pérdida de entusiasmo vital, pero todavía es peor el
que algunos sectores de la población occidental estén moralmente muertos, sin
ilusiones ni esperanza.
Esta
carencia de reflejos para aportar, en el momento oportuno, y por los medios
constitucionalmente adecuados, los pertinentes y necesarios elementos
correctores de los desmanes del poder en estas democracias supuestamente
consolidadas, demuestra que sistemas sociopolíticos no están aún bien asentados,
de manera que afirmar con euforia lo contrario es una gran falacia, dado que la
debilidad, decadencia y falta de solidez de estos regímenes democráticos es una
percepción real que tienen la mayoría de los habitantes de las diversas naciones,
por más que se ponga especial énfasis y empeño en demostrarle o venderle lo contrario.
La democracia española, como le ocurre a otras de la órbita geopolítica
occidental, sean escandinavas, germanas, anglosajonas o latinas no sólo están
necesitadas de una regeneración política y democrática a fondo, sino de que
ésta se lleve a cabo con carácter de urgencia, con el decidido propósito de
evitar la quiebra y el hundimiento del sistema político existente, fruto de
muchos años de lucha y conquista.
Pero
salta a la vista que el motivo de la frustración ciudadana, se debe en buena
medida a que actualmente no hay líderes carismáticos ni liderazgos ejercidos
por auténticos estadistas ni partidos políticos que defiendan principios y
valores que den consistencia a las instituciones sociales y políticas.
Lamentablemente, sólo existen dirigentes populistas que se dedican a
entusiasmar y fidelizar de manera sectaria a sus equipos y huestes
incondicionales, mediante la promesa o pago real de determinadas prebendas y/o
gabelas, y esta falta de líderes, dispuestos a tomar medidas y a aportar
iniciativas de propuestas solventes, para luchar contra la tremenda crisis
financiera y económica que está devastando el solar patrio occidental, se acusa
más ahora en este país, España, que, a mayor abundamiento descriptivo de esta
grave situación, debe saberse que se está corriendo el riesgo de entrar en otra
descomunal recesión económica, debido al inicio de un crecimiento negativo.
Recuérdese que justamente el pasado 31 de Agosto del año en curso, se produjo
la mayor destrucción de empleo de la historia de España, según publican acreditados
medios de comunicación social.
Sin
duda alguna, el lector entiende perfectamente que ciertos tipos de actitudes y
prácticas políticas, democráticamente reprobables, producen injusticias y
desigualdades sociales, a la vez que propician desconfianza en la clase dirigente.
Por lo demás, es evidente que tales desigualdades son factor desencadenante de corrupción
entre la militancia partidaria. Asimismo, se infiere que algunos sonados y
escandalosos comportamientos contribuyen al debilitamiento y la morbosidad de las
ya maltrechas democracias. Pero los politicastros de salón, nuevo cuño y medio
pelo, deben de saber que las corruptelas, más pronto que tarde, serán
sancionadas por el pueblo y la propia historia cuando corresponda pedir cuentas.
De suerte que se hará justicia de modo implacable, a fin de que no queden
impunes las acciones delictivas de quienes, convirtiendo la política en un
negocio lucrativo en lugar de ejercerla como un servicio a los conciudadanos
electores, han pisoteado la dignidad y los derechos de los mismos. Estos
misérrimos abusos de poder y autoridad fueron y siguen siendo la causa del
empobrecimiento y de la dramática situación laboral y económica en la que se
encuentran muchas familias de los países que integran el mencionado ámbito
geopolítico.
Por todo esto, y mucho
más, es pretencioso y vano el propósito de la clase política de gozar
socio/electoralmente de crédito, prestigio y consideración. Probablemente, no
exista en estos momentos profesión u oficio más denostado que el de político.
Su credibilidad y valoración por parte de los votantes y electores está bajo
mínimos históricos, toda vez que éstos se percatan de que son utilizados y
tenidos en cuenta sólo a la hora de depositar el voto en las urnas. Por lo
expuesto, es obvio deducir que asistimos a la perversión y quiebra de las
instituciones políticas y democráticas de los regímenes occidentales, lo que
motiva el decaimiento moral y la apatía política de una inmensa mayoría de personas,
precisamente por las desconsideraciones recibidas de los administradores
públicos, así como por la soberbia y prepotencia con que son tratados los
administrados y la escasa o nula participación que, desde el poder, se da al
pueblo en el sistema democrático.
Una sociedad tolerante,
libre, abierta, plural y democráticamente organizada, se resiste a rendir
pleitesía a una casta política cuyas señas de identidad sociales están siendo
la corrupción, el favoritismo y la discriminación. Los políticos no acaban de
comprender y asumir que los elegidos por el pueblo soberano son tributarios de
la imperiosa obligación de actuar como servidores públicos y de fomentar el
respeto y la integración participativa de los ciudadanos en la defensa de sus
propios derechos e intereses. Por lo demás, toda la parafernalia de
descalificaciones, ataques despiadados e insultos que los dirigentes políticos
y sus estrategas se dirigen, tanto en campaña electoral como fuera de ella,
vienen a ser considerados como afrentosas bofetadas a los contribuyentes, sobre
todo, a aquellos que, por encima, se ven obligados a buscar comida caliente,
techo y la cobertura de otras necesidades básicas, fuera de sus hogares y en
los centros sociales y de acogida que ofrecen algunas confesiones religiosas,
como, por ejemplo, los de la Iglesia Católica, paradójicamente no se prestan
estas atenciones en los de las instituciones y organismos oficiales de los Estados
de Bienestar. Además, tales ayudas a personas y familias se están prestando por
vía de la caridad, no por la de la justicia, como tendría que ser.
Y
esto, pone de manifiesto el fracaso de las políticas sociales y las grandes mentiras de los gobernantes al afirmar que el
Estado de Derecho y de Bienestar favorece a los más desprotegidos y excluidos socialmente.
Asimismo, significa un verdadero insulto a la dignidad y derechos de casi un
tercio de los habitantes de estos países, que, por cierto, son soberanos
democráticamente hablando, pero no sabios a la hora de discernir, castigar o
premiar a quienes le niegan el pan y la sal de la subsistencia diaria y el
respeto a su dignidad como personas. Todas estas acciones indignas y hechos deplorables
y delictivos producen en el pueblo indiferencia y decepción, por lo que los
demagogos de oficio y sueldo a costa de los presupuestos generales de los
Estados; los encantadores de ciudadanos cándidos e ignorantes; los salvapatrias
y redentores de nada; los vendedores de ilusiones quiméricas y espejismos
fantasiosos y los embaucadores de gente honesta, sólo merecen recibir como
contrapartida el más absoluto de los desprecios.
También
salta a la vista el intento y la pretensión de los políticos de turno, de aquí
y de allende las fronteras españolas, de socavar el poder judicial, uno de los
pilares básicos de los Estados sociales y democráticos de Derecho, que propugna
como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia,
la igualdad y el pluralismo político, cuyo poder es la base del sistema judicial
que debe proteger y garantizar todos los derechos constitucionales de los ciudadanos.
Este poder está en franca decadencia a consecuencia de los ataques frontales
por parte de los otros dos poderes de los Estados, el legislativo y el
ejecutivo. Al respecto, no debemos dejar de lado las actitudes y actuaciones
intervencionistas de los poderes públicos y políticos que atentan contra el
principio constitucional de que la soberanía nacional reside en el pueblo, del
que justamente emanan los poderes del Estado, entre ellos, el judicial.
Con
respecto a España, es público y notorio que su sistema judicial, que se
pretende reducirlo a las cenizas de la pérdida de su independencia por el fuego
devorador del poder ejecutivo, que trata de someterlo, o al menos de controlarlo,
para evitar que éste obstaculice la aplicación de las políticas transformadoras
del modelo de estado y de sociedad, impulsadas al margen de la voluntad de una
parte considerable del pueblo español. Lamentable y penosamente, se constata
que la autonomía de funcionamiento del poder judicial y la división de poderes
están en entredicho, por no afirmar categóricamente que no existen, y las
sentencias judiciales, en reiteradas ocasiones, ni se acatan ni se cumplen, por
lo que cabe hablar con toda propiedad de la quiebra de este sistema y/o pilar básico
y fundamental de la democracia, como es el judicial.
Sin
reformas legales no podremos hablar de simetrías ni de igualdades, sino de
desequilibrios, agravios, injusticias y desigualdades. En las democracias
debilitadas, no será posible evitar que la pobreza moral y económica se cebe y
extienda como una peste y signo maldito de los tiempos sobre una mayoría de personas,
a causa del enriquecimiento de un número cada vez más elevado de individuos
carentes de escrúpulos y de referencias ético/morales. El tráfico de
influencias, el blanqueo de dinero, los supuestos delitos de cohecho y prevaricación,
las tramas de corrupción dentro y fuera de los partidos políticos y las
comisiones ilegales, tienen causa y origen en las lagunas jurídicas de la
propia legislación, en la falta de higiene democrática y en la no aplicación rigurosa
de los controles de funcionamiento social y democrático en las instituciones
públicas.
SEGUNDA PARTE. MATICES
EN LA DEMOCRÁTICA ESPAÑOLA.
No
obstante, lo grave del caso es
igualmente que la sociedad, el pueblo, adopta una actitud silente, se supone
que sólo hasta que su estómago, harto de tragar tanta miseria e injusticia y
hambriento de pan y justicia social, estimule y anime a la población afectada a
pensar, razonar y tomar las decisiones que sean precisas, orientadas a remediar
su calamitosa situación. En tal sentido, conviene recordar que las revueltas
populares, agitaciones y convulsiones sociales, históricamente, siempre
estuvieron precedidas de flagrantes injusticias y represiones incontroladas de
las libertades individuales y colectivas. No conviene olvidar los prolegómenos
de la II República ,
proclamada con cierto júbilo y esperanza en 1931, seguida de una guerra
fratricida entre 1936 y 1939, pasando luego por la etapa franquista. Y aunque
aquellos hechos no tengan aún todo el parangón con las situaciones de
enfrentamientos y malestares sociales y políticos actuales, deberán tomarse
como referentes ejemplarizantes.
Las
vivencias históricas, debieran de ser tenidas en cuenta por quienes agitan y
tensan, insensatamente y en demasía, la cuerda de las confrontaciones y de
conflictividad social hasta el límite de provocar fracturas y divisiones entre
las poblaciones de distintas autonomías y entre las diversas instituciones del
Estado, obstaculizando sobremanera la convivencia ciudadana y la paz social.
Por lo que sería oportuno pensar en aquella sentencia bíblica “amor
y verdad se dan cita y la justicia y la paz se abrazan o besan”, que equivale a afirmar que
no puede haber paz social estable y bienestar reconfortante donde haya
injusticias clamorosas. Estas reflexiones serían muy importantes para conseguir
que los acontecimientos históricos pasados, ayuden a construir el futuro desde
bases sólidas y bien sentadas del presente. El respetable lector, tiene, pues,
delante de su mirada crítica la perversión y quiebra del sistema político y
democrático de Occidente, pero especialmente el de España.
Pero
la raíz de todos estos males y quiebras de sistemas, está, especialmente, en la
crisis financiera, laboral y económica, originada por malversaciones y
despilfarros de caudales privados y públicos; enriquecimientos ilícitos a costa
del sudor y las lágrimas de honrados ciudadanos; las permisividades de gobiernos
y gobernantes incompetentes; propagandas mediáticas a favor del consumo de
bienes por encima de las posibilidades reales de individuos y familias;
campañas interesadamente planificadas para convencer a la gente con respecto al
nivel de vida que debía y podía tener y llevar artificiosamente; endeudamientos
excesivos de las familias y del propio Estados; descontrol del gasto privado y
público; evasión de capitales a paraísos fiscales, así como la falta de líderes
políticos, como ya se ha apuntado, capaces de hacer frente de antemano a los
primeros síntomas de esta terrible plaga financiera, laboral y económica del
siglo XXI.
En
cualquier caso, no debe ignorarse que la espoleta que hace explotar la bomba de
esta dramática situación en su fase más virulenta, fue la generalización de la desconfianza del pueblo en la clase política en
general y en los gobernantes en particular, que, a su vez, generó millones
de desempleos, parados, por el desplome del consumo, la quiebra y cierre de
millares de empresas, y el incremento de dramas humanos y de tensiones
sociales, de modo concreto, en el seno de las familias, de las mismas que
fueron impunemente esquilmadas por los desalmados oportunistas y que hicieron
fortuna desde el poder político o a su sombra y con la complicidad y anuencia
de quienes lo ostentaban y ostentan.
Nota
de humor, bajo el irónico y sarcástico epígrafe SALSA DE LA VIDA: en esta ocasión la historieta o anécdota se basa
en la pillería de un fraile que, con artimaña, se llevó de una huevería trece huevos
en una docena. El cuento o chiste fue el siguiente: un frailongo fue a comprar
huevos y dijo a la moza “quiero una
docena de huevos, pero como han de ser para distintas personas, deseo me los
despache por separado, a saber, media docena ( 6 ) para el abad, un tercio de
docena (4 ) para el padre tornero y para mí, que soy pobre, un cuarto de docena
( 3 )”. De modo que el fraile pagó la docena y se llevó trece huevos. La
moza hizo sus cuentas y vio que el pícaro fraile la había engañado. Al cabo de
una semana, volvió el avispado comprador a la huevería con el mismo cuento e
idéntico propósito, pero la guapa moza le espetó “señor don fraile, le pongo junta la docena de huevos y ya se hará
vuesa merced el reparto y las cuentas por el camino”.
Moraleja:
a veces ocurre que va uno a por lana y sale trasquilado; también sucede con
frecuencia que el tramposo cae en su propia trampa y que el estafador y
mentiroso tiene que tomar de la misma medicina que suministra a otros, siendo
víctima de sus propias mentiras o resultando ser el estafador, estafado. Probablemente, tengamos la experiencia
personal de habernos encontrado alguna vez con los listillos de turno,
acostumbrados a moverse por los diferentes ámbitos de la vida como si los demás
fueran tontos, ignorando que siempre puede haber quien les gane a las carreras
de la listeza y de la agilidad mental, por lo que suelen ser los sufridores de
su arrogancia y presuntuosidad. Los listos no siempre son inteligentes, sino
todo lo contrario, son torpes, poco calculadores y de muy bajo coeficiente
intelectual.
Un buen ejercicio para distraerse y relajarse
de tanta crisis financiera y económica, puede consistir en recordar casos de
personas, aunque sean del mundo de la política que es donde más abundan los
avispadillos, que hayan caído en las redes de sus engaños, trampas y estafas.
En todo caso, respetable lector, partiendo del aforismo “el que avisa, no es traidor”, procede dejar advertido que conviene
estar prevenidos contra los tramposos, pajilleros, reprimidos, grasientos,
puteros, siniestros, mirones clandestinos, fetichistas de la mugre, cobardes
aviesos, ladrones de guante blanco, truhanes o sinvergüenzas, troleros o
chisgarabises, caraduras con carátula, carantoñeros de chichinabo y
acomplejados que hacen acopio de su tontilocuez y pedantería para compensar
complejos patológicos. Finalmente, y a propósito, todos deben saber o
simplemente recordar que “persona prevenida, vale por dos”.
Antonio
José Parafita Fraga, es escritor y comentarista de temas sociales y políticos.
Del
Blog VERBO SUELTO del autor.